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Otro día, otro caos en la comisaría

La Comisaría de la Mujer y la Familia trabaja todos los días de la semana, las 24 horas del día, brindando auxilio a las mujeres y niños del Partido de Pilar. Las policías del recinto dedican su vida a dicha labor, a un costo muy alto. 

 

Por: Violeta Saccone

 

A mitad de cuadra de la calle Rivadavia, del centro de Pilar, se esconde el pequeño rincón de contención y auxilio de las mujeres y niños del barrio, la Comisaría de la Mujer y la Familia. Casi imperceptible a menos que un comisario te guíe, opacado por los carteles de los negocios vecinos, se yergue en el primer piso de su edificio. 

 

Para ser un lunes de invierno a las nueve AM, el recinto es un ambiente oscuro, iluminado por unas pocas luces blancas. Subiendo las escaleras, no se escucha mucho tumulto. En la recepción, charlan una policía y la secretaria. “Todavía es temprano”, exclama la oficial. “Dejá que sean las once y esto explota”. 

 

Si bien es un espacio donde la tensión y la angustia reinan por sobre todo, las paredes están llenas de colores vibrantes, dibujos de animales y calcomanías. Los niños que ingresen no tienen por qué entender lo que significa estar en la sala de espera de una comisaría. Se busca preservar la inocencia. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“No tenemos los mismos recursos que las comisarías normales, son más escuetos. A veces no puedo ni pagar las fotocopias con lo que me llega del Estado, sale de mi bolsillo”, cuenta la policía, que prefiere mantenerse en el anonimato. Interrumpe la conversación para atender una llamada de su jefe. Anota que una abuela va a pasar a llenar una denuncia por violencia doméstica. Frunce el ceño y se agarra la frente, mientras toma los datos. 

 

La tensión aumenta cuando entra una señora a la estación. Está llorando. Con un pañuelo en mano y una voz que ablanda al más frío, cuenta que su marido no para de beber. Tiene miedo por sus hijos, y no sabe qué hacer para ponerle un freno al vicio. La secretaria le explica, en criollo, que no tiene lógica que la policía le pida a su marido que “la termine” con el alcohol. Que tiene que agarrar sus cosas e irse de la casa. La mujer, con la angustia atorada en la garganta, no entiende cómo hacer la denuncia. No es de Argentina, no entiende los términos. La paciencia de la secretaria se pone a prueba. 

 

La policía, en su oficina frente a la recepción, ordena y limpia un poco con los insumos que ella misma paga para el aseo de la comisaría. “No viví diferencias por ser mujer, pero sí sufrí de acoso de superiores. Yo trabajaba en un destacamento e iba con ataques de pánico a trabajar, un día casi me mato. Lo conté, me entendieron y me ayudaron a irme. No quise denunciarlo”. 

 

10:30 AM, el teléfono de la secretaria empieza a sonar reiteradas veces. La mujer se sienta a esperar a otra policía en la sala de espera. Mira el piso, con el pañuelo apretado entre las temblorosas manos. Acá solo trabajan mujeres: no porque no quieran hombres en la comisaría o porque no los sientan capaces de sentir empatía con la mujer. Directamente no los envían a trabajar ahí. 

 

“Todos los días en la comisaría son un caos. Explota de denuncias, tanto de mujeres como hombres”. Más llamadas del jefe, más denuncias por tomar. “Acá ves la peor mierda de la humanidad: pornografía infantil, abuso intrafamiliar. Hombres que llaman a las 3 de la mañana masturbándose, amenazando con saber la dirección de todas las que estamos acá. Algunas se ríen, acostumbradas. Una chica nueva tuvo que pedir que la acompañaramos a la parada de colectivo, no le causó tanta gracia. A las 10, la puerta se traba con llave”.

 

Entra la segunda persona del día. Esta vez, es un hombre. Pide a la secretaria que lo ayude a dar de baja una perimetral. Esta lo mira, cansada, diciendo que él no puede hacer eso. Y que tampoco le corresponde a ella ayudarlo. Él dice que la denuncia la hicieron ahí, entonces ahí se la tienen que poder cancelar. La discusión sube de tono. 

 

La policía observa esto desde su escritorio, moviendo la cabeza de un lado a otro. A pesar de todo lo que contó hasta recién, no trabajaría de nada más. “Si fuera millonaria, seguiría viniendo acá gratis. Entré buscando trabajo, y ahora es mi vocación. No me veo en otro lado”. Lanza unas miradas a la discusión que continúa en la entrada, en caso de que tenga que meterse en el medio. 

 

“Es bastante duro ser mujer en cualquier lugar, no solo en la policía. Tenemos que demostrar todo el tiempo: que soy capaz, que puedo…” La interrumpe otra llamada más de su jefe. Termina la entrevista, comienza otro día más en la Comisaría de la Mujer y la Familia. Otro lunes más de caos.

Comisaría de la Mujer y la Familia vista desde fuera. 

Créditos: Google Fotos

Sala de espera para niños de la comisaría

Créditos: V.S

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Créditos: V.S

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